¿Qué piensas?

Estamos tan distantes que no alcanzo siquiera a preguntar dónde o con quién estás. De momento la duda me carcome y sólo recuerdo las tantas veces que te has inmiscuido en mi cabeza pronunciando sin cesar esa pregunta que ya nos es tan familiar.

Jamás olvidaré que me mataste.

Caso.

La gente no sabe, por eso la gente no agradece.

O al menos, es así en este caso.

Sonrisa

Cuando te vi encima, hablarte poco, tratarte mal y alejarte fueron los primero síntomas. Sólo asumí que tu presencia me apestaba.
Ahora estabas abajo. Te miré con detención y acepté que todo de ti me cargaba, y de sobremanera ese sinsentido de vida, esos deseos reprimidos y esa individualidad característica del homo actual.
Ya no estabas encima, ya no estabas abajo. Simplemente ya no estabas... me desesperé y te deseé, te busqué alrededor y creo que hasta te llamé, mas respuesta no hubo.
Un día llegaste sola. ¿Qué hacías acá? ¿Qué hacías en mi cama? ¿Por qué te entrometías de esa forma? No sé que hacías, quizá nada hacías.
Después volviste a estar abajo. Tus comentarios apestaban, y ni rastro de tu persona en ese mundo paralelo... Me pediste ayuda, grabé cada detalle de ti en los laberintos de mis recuerdos y recordé la primera vez que te vi: en mi casa, invadiendo como siempre. El contexto era muy parecido, tú necesitabas ayuda (de mi ayuda, en resumidas cuentas), estabas con el mar mientras su tempestad aún no empezaba... tu figura, tu sonrisa y tu buena disposición (hasta un dibujo me hiciste). Lo que más destacó fue tu sonrisa.
Como siempre, te ayudé (incluso, en algún momento, te di la bienvenida.)


Eres una estúpida y lo sabes.
Eres una estúpida y deseo tu estupidez.
Eres una estúpida y eres feliz siéndolo.

Yo... yo te quiero mía.