Cómplice

Todos admiraban su belleza mundana, lo leían sin mayor esmero, buscaban una explicación, leían de nuevo y entendían lo que querían. Cada uno tuvo su propia interpretación, todas sin pies ni cabeza, distorsionadas, muy distintas las unas de las otras.
Observé, con atención y sin acercarme, como creaban el caos, como reinaba la demencia de aquellas almas vacías en ese lugar tan personal... tan mío. Fue entonces cuando llegaste tú, leíste por casualidad, sin saber nada y supiste de inmediato que aquellas palabras nos unían, entendiste el mensaje correcto, supiste guardar silencio y tragarte las lágrimas, supiste que, al menos en esa ocasión, hablábamos el mismo idioma.
Qué bien me sentaba verte ahí, sin decir nada y compartiendo aquel sentimiento tan inexplicable conmigo, conmigo y sólo conmigo. Fueron segundos, horas, minutos, semanas y años o quizá no fue ninguno.

De un momento a otro te convertiste en el cómplice que siempre necesité  y cuando te miré de nuevo, nuestro lazo se había roto. Volvías a ser el de siempre, con tu mirada cálida y distante, con el trato cordial que precisa nuestra relación.

Quiero amarte, tal cual lo hice años atrás, quiero abrazarte, quiero volver a ser la única... quiero cerrar los ojos y regresar.

Mi sol.

En mitad de la madrugada, me acompaña un café de esos baratos con su indudable misión de mantenerme en pie (Cosa que no logra a la con total diligencia). Ya sin ningún objetivo y con la cabeza un poco centrada en ideas deliberadas pienso en el sol... en mi Sol.

Recuerdo que lo perdí hace, en una apuesta, quizá... o en un sendero bifurcado del cual no encontré salida. Mas ¿qué hace la luna sin su sol? espera, en lo alto, sin dignarse a bajar: Orgullosa, como si tuviese motivos; Superior, a todo lo terrenal, a aquello que no la alcanza. Espera tranquila a que llegue un nuevo sol, un sol que le de vida, que la haga brillar, que la hunda en desesperación y que la llene de deseos.

Un nuevo sol que quizá no sea tan nuevo.