Y el décimo tercer día de ese año realicé el acto más cobarde que podría haber imaginado.
Seis palabras que debieron haber sido cinco, pensadas en dos minutos exactos, dichas a una hora indecente de la madrugada que obtuvieron como respuesta un silencio... un largo e incómodo silencio.
Al otro día, la rutina nos volvió a matar.-
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