Anoche, por otra parte, acepté sus interminables torturas, en un hogar pequeño que aún no conozco, sudando frío, con escasas ideas y poca razón, viendo como Mamá perdía el control y quería volver a arrancarla de raíz (como ya lo ha hecho más de una vez), con el sólo objetivo de ocultar el nombre la amada; amada de la cual ella no se debe enterar.
Cuando era todavía una niña, un objeto inerte me persiguió durante noches enteras, a la vez que cambiaba de color y Mamá no me ayudaba. Luego de incontables horas de huida, acabé refugiándome en un pequeño lugar habitado por artesanos de la zona, lugar, que claramente, no era en lo más mínimo un lugar indicado como refugio seguro. Nunca supe con certeza el objetivo de aquel trozo de piedra, sólo sé que si me volviese a buscar, me detendría a preguntarle.
Sin reparo alguno, en medio de una noche fría y con lluvia, perseguí a esas dos, acepté su encuentro furtivo, esperé que se dijeran adiós de la forma más fría que una de ellas pudo lograr, la abracé tranquila, la invité un café en la cafetería que tenía sus mesas al aire libre, donde las dependientas usaban ropa con la que se hubiese congelado el mismo demonio, olvidé mis principios al pagar y sólo me sorprendió que ella conociera a la que nos atendió. Luego de un rato acepté que ella hiciera magia negra y reía mientras me numera las consecuencias del acto, sacaba sus implementos y me mostraba cómo lo hacía. Quizá, su amada sería la más afectada.
A pesar de todo, esa noche fue distinta: cada pequeño detalle lo magnifiqué y analice con una paciencia que en mi vida había tenido y con gran eficacia. "Que ella no puede estar en mi cama", "que quizá la habitación estaba demasiado iluminada", o "un simple desayuno el día lunes" me hicieron dudar de todo y me hacían despertar para volver a introducirme en un nuevo laberinto del cual yo no poseía información.
Esa noche fue especial: la vi en mi cama, con sus ojos verdes penetrantes diciendo "hola" a secas, su nariz, su piel, sus orejas y esa expresión de enojo que nunca se llevó. Le debo su vida, y ya no tengo oportunidad de decirle esas dos anheladas palabras una vez más.
Yo sé que, más temprano que tarde, las vueltas nos juntarán una vez más y será esa la vez que no permitiré que me abandones de nuevo. La oportunidad definitiva.
Te amo, pequeña.
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